lunes, octubre 17

Vacía

Estaba sola en la casa, "me va a extrañar y sentirá...." se escuchaba de fondo, de vez en cuando caían las lágrimas como recordándole que existían algunas razones para no dejar pasar las emociones de una forma superficial. Guardó una blusa en la maleta. No sabía si el vendría a comer, lo esperaba de todas maneras, siempre lo hacía.
No llegó. Guardo las medias en la maleta. Los mensajes en el teléfono ya ni siquiera tenían mucho significado, pero eran la evidencia de que alguna vez había habido fuego. El frío lo invadía todo y los ojos se cerraban por la voluntad de permanecer así, quizás siempre.
Como una estrella fugaz apareció cantando, traía alegría en los ojos y versos en los labios, esos versos que hacían que ella abriera la maleta para vaciarla y llenarse de sueños. La noche ya no era fría y los largos brazos que la rodeaban la hacían sentirse protegida, falsamete. Estaban en la casa que habían construido, con ventanas de papel y puertas de algodón, con luces de ilusión. Cuando él estaba la casa era tan bonita, tan especial y llena de vida. Pero dejaba papeles escritos pegados arriba de su almohada y se fugaba como un ave, casi volando. Ella se pintaba de negro y volvía a sacar la maleta del escondite que él no conocía. Tomaba su blusa, sus medias y zapatos y volvía a guardarlos y a olvidar los sueños.
El capítulo se retrocedió unas cuantas veces para repetirse burlezcamente delante de sus ojos. La maleta se había llenado. Cuando él llegó con esos ojos de vividor, de infeliz ingenuidad perdida en las sombras, la tomó de la cintura y la beso apasionadamente, quizás como nunca antes lo había hecho. Pero ella estaba fria, sólo sintió el aroma ajeno de la piel y de los labios y el olor del ladrillo que nunca había formado parte de su casa. La maleta estaba ahí. Él no entendió, intentó detenerla torpemente regalándole dulces de muchos sabores. Ella estaba dentro de él. Él la buscaba fuera.
Ya en el tren, ella no recordó ni olvidó, porque no estaba allí. La maleta se quedó en la puerta de algodón y él se fue con la brisa, con la vida y los ladrillos.
Cuando volvieron a encontrarse ya no estaban las esencias. La maleta se diluyó con las ilusiones y los papeles, los versos se quedaron vacíos, los besos se marchitaron y sus ojos no podían dejar de contenerse, los unos en los otros, los unos en los otros como siempre.

1 comentario:

Andrés Lucero Crooker dijo...

Chica, si crees la moneda va a caer siempre por el lado de la soledad, pues pke no intentas hacer trampa?
La vida lo hace la mayor parte del tiempo. Es solo cuestion de aprender a jugar.
Y weno, ke la soledad de la muchacha de la maleta me produjo bastante empatia... por no decir un dejo de identificacion, pero lo importante es el final ke uno sepa darle a cada una de sus historias, las reales y cotidianas.
Kieres aprender conmigo?
Pka a mi me encantaria aprender algunas cosas de ti!

Saludos!
Andrés.-