Sonidos lejanos salpicados de barro
de estrellas en movimiento repentino, retardado
Una mujer con los ojos cristalinos
leyendo un papel, clavado en sus sentidos.
La piel fría de serpiente
de miradas rechazadas,
de gritos marchitados.
Todos sus elementos habían sido tomados
por un ladrón de voces
que se perdió en las orillas
de un pantano que moría, que susurraba.
El desconocido reía y cantaba
sin siquiera sospechar que sus actos destrozaban
los brillos del lugar, de los ojos, de los labios,
de los besos que robó, inconsciente, desalmado.
No se termina de mirar el profundo
hasta que este muere y se muestra tal cual es
todo lo que ocultaba se revela ante los ojos
y nada de eso era lo que creyó poseer.
Caminamos sin mirarnos
soltados de las manos
con los pies desorbitados
con los ojos al revés.
No es sentir la culpa en el leve latido
no es la espera eterna de algun ser extraviado.
Nadie nos vio cuando el tren se marchó,
pues nadie había ahí, más que un corazón.
Los retazos compartidos
que abrigaron a los dos
no fueron más que ilusiones
de un sesgado corazón
que entre sueño y sueño no quiso ver llegar
las lágrimas de sangre,
ni el paso de la edad.
Y ahora que palabras han revelado la razón
los latidos se detienen para volver a intentar
que la sangre fluya donde se vació
la esperanza de una tarde, de un beso, de los dos.
Esperando que tus manos
liberen la presión
que por tantos, tantos años
tu alma anheló.
Y no espero que devuelvas
lo que nunca te pedí
pero que tampoco conserves
lo que siempre fue de tí.
Más mis piernas se detienen en los pasos que empecé
para cederte el sueño que jamás yo te dí
porque despierto, ahora, tu búsqueda empezó
ya lejos, lejos de todo lo que fui.
Y la verdad te saca de un soplo la razón, la locura embarga, los bemoles duelen y el golpe que cada día das, ya no duele, porque se entiende...porque se entiende.
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