viernes, junio 23

Salí de mi casa sin pensar hacia dónde iría. Un frío denso provocaba que el vapor saliera por mi boca. Entre tanto observar mi respirar, me dieron ganas de fumar. Los pulmones hacían su trabajo mientras yo seguía en mi ya habitual relación con la realidad, con las cosas del mundo, esa relación en que yo soy la más extraña y ajena de todas, en que mi interacción con palabras y actos es sólo el reflejo, lo que los demás pueden ver, pero de lo que yo soy incapaz de sentir.
Una hora bajo mis pies y ya estaba dentro del bus. Dormí, o al menos pensé que lo hacía. "Me aterra estar sola, me gusta sentir ese terror". Sin zapatos caminé por la arena, perdí el reloj un poco a propósito, así como una niña, cavé un hoyo y lo metí esperando quizás que el tiempo pudiera quedar sumergido, para que nadie supiera que yo ya no estaba, para que nadie me buscara. Me metí tres pastillas a la boca y con agua de mar me las tragué. Subí unas rocas a pesar de mis torpes pies, caí sobre una, y la sangre corrió por mis labios. Ahí estaba él, mirándome, no, más que eso, acariciándome con sus ojos. "Me volví loca". Y amé nuestra locura, nuestras caricias y besé nuestras lágrimas. Sentí el calor entre sus brazos y el amor entre sus letras, sentí su corazón palpitando en mi pecho, fuerte, casi violento. Y oí sus risas y lloré un poco, lloré porque hace días no oía sus risas. De la mano, caminamos. Olvidé el reloj perdido, la boca herida, los pies destrozados y las tres pastillas. Yo sabía que él jamás me diría la verdad, él sabía que en el fondo yo no quería saberla. Al fin y al cabo ¿Qué verdad puede ser más importante que oir su silencio que ahogarme en su respiración?.
Le conté mis historias, mis interminables historias actuadas casi por el tono de mi voz, por los movimientos de mi cuerpo y noté cómo le habían hecho falta, las ganas que tenía de escuchar mi voz, de ser parte de mi vida, de mis pequeñas aventuras. De pronto, me abrazó, me abrazó tan fuerte que sentí que mis huesos crujían, sentí que la intensidad del abrazo iba proporcionalmente ascendiendo con la amargura de éste. Más intenso y más amargo y más débiles mis huesos. El sabor de la sangre fría y casi putrefacta en mi boca, mi cuerpo húmedo, azul, sobre una roca. Un susurro lejano y tuyo retumbaba por dentro : "Ya no te amo".