lunes, diciembre 11


Son tantas y tan punzantes, terribles e inquisidoras las cosas que esta noche de insomnio quisiera escribir... que estas simples letras del teclado se vuelven pequeñas e insignificantes frente a mí, bajo mis dedos, débiles.
Me quedo con la garganta llena y con un nudo umbilical sin corte entre mis emociones y su expresión. Esta maldita pornografía de la conciencia. Me quedo, como siempre, contenida en mí misma, sin que nadie me vea, me descubra y me sacuda.
Ya no sé si son más irreales mis uñas doradas o mis ganas de secarme estrujada por tus dientes.
Esta madrugada me pierdo. Y una voz me advierte que no será la primera vez.

viernes, diciembre 1

Y camino...


Aquella, fue la última vez que cerré tu puerta.

Sabía, aunque nada me habías dicho, que los higos que comiamos juntos se secarían en el asfalto caliente de tu patio, se secarían en adelante sin jamás volver a deleitar nuestros paladares. En mi veloz retirada, de tu cama, de tus calles, recordé la frazada a cuadritos, los deseos locos de tocarnos, de descubrirnos a diario, era una aventura enamorarme al menos una vez al día de algo tuyo-mio que antes no había reparado en percibir.

Reviví, con un dejo de rabia hacia ti, aquella complicidad que nos caracterizaba. Eso de saber que había ciertas cosas que sólo tú entendías y que ahora tendría que suprimir de mi comportamiento, que había palabras que no podrían existir en otro diccionario que no fuese el nuestro. Olores, sabores y lugares tan impregnados por nuestra atmósfera que el más mínimo contacto con ellos, hoy, me dejaría sin aliento.

Pensé en el futuro arrebatado y perdido, ese que escribimos de mil colores, tan en el aire, tan efímero, tan cruel. Tan cruel que los hombres podamos soñar e inventar el futuro, imágenes, casas, viajes, besos. Porque no sólo sufrimos en el presente la falta de lo perdido, de un pasado que quisiesemos volviera, no es lo único que duele. Duele el futuro aplastado, incierto... vacío. Duele tener que rellenar tantas imágenes en que ahora faltas.

Sabía que te irías. Sabía que me iría. Pero nunca pensé que aquella mañana cerraría tu puerta por última vez. Habría lamentado más el sonido de mis pasos alejándose de tu ventana, habría dejado un besos más hondo en tus labios, habría dejado mi marca más profunda en tu alma.

Pero caminé, cotidiana, recordándote, reviviéndote, pensándote, como solía hacerlo todas las veces que tras tu puerta te quedabas, dulce, soñando conmigo.